ANSIEDAD / DUELO

 



El día que mi cuerpo gritó lo que mi alma callaba

La ansiedad y yo siempre fuimos viejos conocidos. Podía sentirla, sí, pero siempre encontraba una manera de ponerle freno. Si esa molestia apretaba, salía a correr, entrenaba hasta que el cuerpo dolía, y la calma volvía a instalarse. Era mi refugio, mi forma de mantenerla a raya.

Pero la vida, a veces, nos golpea con una fuerza que no conocemos. La muerte de mi mamá lo cambió todo. Fue como si un terremoto emocional sacudiera los cimientos de mi mundo. Lo que antes funcionaba, de pronto, se sentía inútil. Esa ausencia amplificó mi ansiedad, transformando lo que era una molestia controlable en una carga pesada y persistente.

El eco de su dolor en mi cuerpo

Desde el día en que mamá se fue, me encontré buscando justificaciones para sentir cada dolor que ella experimentó antes de morir. Es difícil de explicar, pero era como si mi cuerpo intentara cargar con una parte de su sufrimiento, una forma desesperada de mantenerla cerca. Me costó muchísimo llorar. La pena era tan abrumadora que mi cuerpo se cerró, negándose a liberar la presión.

Hasta que un día, mi cuerpo dijo basta. Me encontré en el baño, sin poder respirar, un dolor agudo en el pecho, el corazón desbocado. Supe al instante lo que estaba pasando. Conté hasta diez, buscando anclarme, y salí. 


Marido estaba en casa. Me miró, y no hizo falta una palabra; entendió todo. Me pregunto: ¿estas bien? a lo que respondí, "NO, necesito llorar", le dije, una rendición a la emoción que tanto había contenido.

En ese momento exacto, la inocencia pura de mi pequeño irrumpió en la escena. "Mami, no llores, yo te cuido", me dijo. Esa frase, en su simplicidad, me dio el permiso que necesitaba para soltar.

Aprendiendo a sanar y a controlar

Después de ese punto de quiebre, empecé a sanar. No, no digo que es fácil; cuesta, y mucho. Pero de a poco, las lágrimas comenzaron a aparecer, liberando el nudo que tenía dentro. Aún hoy, de vez en cuando, me agarran esas taquicardias y esa ansiedad extraña, sombras del dolor que se niegan a irse por completo. Pero la gran diferencia es que ahora estoy aprendiendo a sanar y a controlar.

Un mensaje de esperanza

Si algo he aprendido en este camino, es que el duelo es un proceso único y personal. No hay un manual, ni un tiempo establecido para sentir o para sanar. Habrá días buenos y días en los que el peso del recuerdo nos aplastará. Pero es fundamental recordar que somos capaces de atravesar el dolor y encontrar nuevas formas de vivir con la ausencia.

No tengas miedo de buscar ayuda, de hablar, de llorar. Permítete sentir cada emoción, porque en cada lágrima hay una parte de ti que se libera y se reconstruye. La sanación no es olvidar, sino aprender a llevar el recuerdo sin que duela tanto, encontrando la paz incluso en la melancolía.

Este proceso es una maratón, no una carrera de velocidad. Cada lágrima derramada, cada taquicardia superada, es un paso más en mi camino de sanación. Y en el tuyo también. Hay esperanza, siempre la hay, incluso en los momentos más oscuros. Solo necesitas darte el permiso para encontrarla.

Ansiedad y Duelo: Cuando una va de la mano de la otra

Es común pensar que el duelo solo trae tristeza, pero la realidad es que es una experiencia mucho más compleja. La ansiedad y el duelo a menudo van de la mano, y es importante entender por qué.

Cuando perdemos a alguien, nuestro mundo se desorganiza. Nos enfrentamos a la incertidumbre, a la pérdida de una rutina, de un futuro imaginado. Esta falta de control, sumada al shock emocional y al agotamiento físico que produce el propio duelo, puede disparar o intensificar la ansiedad.

Pero el duelo no se limita solo a la pérdida por muerte. Experimentamos duelo ante la pérdida de un trabajo, el fin de una relación, la mudanza a un nuevo lugar, o incluso cuando enfrentamos una enfermedad crónica que cambia nuestra vida. Todas estas situaciones implican una pérdida significativa, un fin a algo que conocíamos y valorábamos, y esto puede desencadenar un proceso de duelo con todas sus manifestaciones emocionales, incluida la ansiedad.

Es normal sentir taquicardias, dificultad para respirar, ataques de pánico o una preocupación constante y abrumadora. Nuestro cuerpo y mente están en alerta máxima, intentando procesar y adaptarse a una realidad completamente nueva. Reconocer que estas dos experiencias están interconectadas es el primer paso para poder transitar este difícil camino con más comprensión y compasión hacia uno mismo.



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